Reseña crítica: El psicoanalista de John Katzenbach


Me leí El psicoanalista hace casi ya un año, aunque para ser honesta desde hace años había querido empezarlo, solo que siempre había algo más que leer (ya saben, el típico dilema de los lectores), y así el tiempo se me pasó volando entre otros libros, hasta que un buen día me dije: ¡No, señorita! ¡Hasta aquí! ¡Tenés que leerlo de una vez por todas! Y es que cuando hablamos de thrillers sorprendentes, John Katzenbach generalmente encabeza las listas de recomendaciones, dejando tras de sí un rastro de excelentes críticas y elogios que atrapan a casi cualquier lector.

Esta obra en especial es la más famosa del autor, pero no puedo decirles si eso se debe a que sea la mejor, porque aún no he leído sus otros títulos (sin contar con la secuela recién estrenada de este mismo libro, de la que haré reseña la próxima semana). Sin embargo, sé por otros prominentes lectores que sin duda las otras obras de Katzenbach no tienen nada que envidiarle a El psicoanalista, lo cual me parece genial, porque quiere decir que nos encontramos ante un autor cuya magnificencia no se limita a uno solo de sus trabajos. Pero en fin, esta vez me toca escribir del más conocido y probablemente más leído.

Nuestro célebre protagonista se trata de Frederick Starks, un doctor especialista en Psicoanálisis ya entrado en años que reside en Manhattan, viudo desde hace unos años, económicamente desahogado, atento con sus pacientes, bastante solitario, taciturno, pero aparentemente satisfecho con su vida. La trama inicia el día en que el doctor Starks arriba a su quincuagésimo tercer cumpleaños, cuando entra en la sala de espera de su consultorio y se encuentra con una carta anónima que inicia con la siguiente leyenda: Feliz cumpleaños 53, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte. En la misma misiva, el desconocido (que se hace llamar irónicamente Rumpelstinski) le plantea una situación muy desesperanzadora; el doctor Starks, en algún momento de su pasado, le destruyó la vida de forma indescriptible a este "retoño", de modo que ahora el señor R está dispuesto a destruir la suya también, en el sentido más amplio de la palabra. Así pues, Rickie tiene 15 días para descubrir quién es el autor de la carta, de lo contrario tendrá que escoger entre suicidarse o ver morir de uno en uno a sus familiares lejanos.

Para darle más peso a la amenaza, Rumpelstinski adjunta una hoja con los nombres de 52 parientes del doctor, "desde un bebé de seis meses, hijo de su sobrino, hasta su primo, el inversor de Wall Street y extraordinario capitalista", según las mismas palabras del señor R. Este deja totalmente claro que se ha tomado la tarea de acechar a Rickie de una forma maestra, por lo que el mismo Rumpelstinski llega a admitir que asesinar directamente al doctor resultaría demasiado burdo e insatisfactorio, pues conoce el itinerario del psicoanalista por completo y no le representaría ningún desafío excitante. Por lo contrario, llevándolo a una crisis psicológica mediante la búsqueda infructífera de su identidad y consecuentemente a un suicidio, parte de la "deuda" quedaría saldada, y sería muchísimo más entretenido para el presunto depredador, (y para el lector, por supuesto).

Antes de proseguir, me gustaría destacar algo que personalmente me pareció un gran acierto en el momento en que el autor comienza a introducir a todos sus personajes. Para los que leyeron el cuento de los hermanos Grimm titulado Rumpelstinski, habrán notado de inmediato la alegoría a la que Katzenbach recurre nombrando así a su antagonista. Y es que al igual que el señor R, el Rumpelstinski del cuento clásico (un duende grotesco con poderes mágicos) viene siendo un villano que se aprovecha de su anonimato para sacar provecho de su presa y castigarla de la peor manera.

En una aldea lejana, para salvar de un destino terrible a una joven molinera, el enano maquiavélico decide ayudarla convirtiendo en oro la paja apiñonada en una habitación entera, no una sino tres veces, todo debido a una mentira que el padre de la joven había contado al rey para impresionarlo, sobre que la molinera hilaba tan majestuosamente que convertía la paja en oro. Gracias a dicha mentira, ahora la molinera tenía que demostrar su talento al rey, de no ser así, moriría. La joven pagó los favores de Rumpelstinski con una cadena y un anillo, pero su tercera deuda, al no quedarle nada más, tuvo que asumirla con su primogénito. Pero llegado el momento de entregarle su hijo al duende, la muchacha se arrepintió y rogó a Rumpelstinski para que aceptara otro tipo de pago. Finalmente el duende le dijo que accedería a su petición si la molinera adivinaba su nombre en un plazo de 3 días. ¡La referencia está tan bien orquestada que es imposible no admirarla!



Pero Katzenbach no abandona las alegorías después de Rumpelstinski. Luego de que el doctor Starks consigue asimilar el contenido de la carta y empieza a hilvanar lo que hará con ello, aparece un tercer personaje fundamental para la historia, una hermosa muchacha a la que únicamente conocemos con el nombre de Virgil, y que se presenta en el consultorio de Rickie para ser su guía a través del infierno, de la misma manera que lo hizo el poeta latino en el épico viaje a los tres reinos de ultratumba escrito por Dante. Referencias aparte, Virgil es a todas luces una cómplice de Rumpelstinski, que aunque ha llegado a la vida de Rickie para "ayudarlo" a descifrar las pistas que diariamente recibe, en realidad también desea verlo sufrir, pues el lector rápidamente da por hecho que su verdadero trabajo es aumentar la tortuosa carga del psicoanalista y mantenerlo en un estado de tensión que ya de por sí se ha asentado en su vida desde que encontró la carta del señor R. El último en unirse a este juego macabro es el detestable abogado Merlín, "el mago de la abogacía", quien está dispuesto a sumar de manera magistral su granito de arena para hundir a Rickie.

Una vez que todos los enemigos del doctor Starks se han manifestado para establecer las reglas de la partida mortal (con nombres falsos, por supuesto), es hora de que el psicoanalista haga uso de toda su astucia y agilidad mental para hurgar en su pasado y descubrir quién es este niño perdido al que -sin haber sido consciente de ello- le arruinó la vida, hasta el punto de que ahora este haya esquematizado una venganza maestra para encontrar finalmente la paz. La tarea le resulta desafiante, pues hasta donde él sabía, y dejando las presunciones atrás, en toda su carrera el doctor Frederick Starks no había cometido un error tan garrafal que le granjeara una situación como en la que se encontraba ahora. Pero todo indica que desde luego se había equivocado.

A medida que la historia avanza, el lector se deja llevar por la misma vorágine de angustia que engulle a Rickie, ya que el tiempo no deja de correr y cada vez hay menos oportunidades para salvarse a sí mismo. Los crípticos mensajes en forma de poemas que Rumpelstinski le facilita, si bien brindan un poco de luz, son a la vez un verdadero quebradero de cabeza, que solo señalan un paisaje muy desolador; el hecho de que aunque Rickie llegara a dar con la persona tras el señor R y la correspondiente historia trágica que los llevó a todo esto, el nombre como tal parece haber desaparecido en su totalidad. Es como si el señor R no existiera, su rastro ha sido borrado por una lluvia de mentiras que él ha preparado cuidadosamente. Con ello en mente, la búsqueda es cada vez menos concluyente.

Cuando el doctor Starks cae en la cuenta de ello, empieza a preguntarse a sí mismo si realmente valdrá la pena pasar los que podrían ser los últimos días de su vida desentrañando una historia que parece yacer en unos recovecos inexplorables. ¿Y si este tenebroso juego que Rumpelstinski ha planificado con sumo detalle por lo que parecen años no terminará bien para él de ninguna manera? ¿Y si es parte de ese juego que Rickie tenga esperanzas solo para verlas desaparecer frente a sus ojos al final de todo? Tendría sentido, después de todo el señor R ha dejado más que claro que es un completo psociópata, un depredador divirtiéndose con su presa antes de acabar con ella. Quizá Rickie no ha hecho más que subestimar a su oponente al creer que podía ser más listo que él. Quizá todo ha sido parte del juego. ¿Será este su fin entonces? ¿Se suicidará para evitar la muerte de un inocente? ¿O será que aún le queda un as bajo la manga que no ha descubierto? ¿Una posibilidad de perder sin perder por completo? El lector rápidamente devela que sin importar las respuestas a esas preguntas, la vida que el doctor Frederick Starks conoció hasta ahora quedará destruida al final, tal como Rumpelstinski auguró.


Llegados a este punto (donde no puedo avanzar más, porque de hacerlo les saldría con un tremendo spoiler), solo me queda decir que El psicoanalista se me figura como un thriller psicológico bastante sugerente y poco común, de esos que te presentan la respuesta justo frente a tus ojos pero resulta imposible verla en el primer momento, donde el lector siente la necesidad de desplegar su agilidad mental y tratar de llegar a una conclusión antes que el mismo protagonista. Los personajes se prestan a este corre y atrapa, dado los numerosos indicios que van soltando en toda la historia, lo que da pie a muchas teorías disparatadas pero acertadas al fin y al cabo. Debo decir que esta lectura me pareció prudentemente excitante, aunque en algunos momentos la trama tiende a volverse un poco lenta, pero sin duda es parte del mismo suspenso, y por lo general me ha quedado claro el porqué la consideran una de las mejores en este género.

Es curiosa la forma en que Katzenbach plantea a un personaje tan lleno de ira enfrentándose a otro que puede llegar a definirse como pasivo, dos seres humanos absolutamente diferentes pero que poseen la misma capacidad de meterse en la mente de su enemigo. Asimismo, las razones fatídicas por las que el destino de uno está ligado al del otro, y la sed de venganza que estas despiertan hacen que el lector se cuestione y considere muchas variables, la más obvia sería: ¿quién tiene la culpa al final de todo? Yo me pregunto, ¿importa eso siquiera a estas alturas? Quizá no, pero no me es indiferente la idea, porque lo cierto es que alguien cometió una acción que propició una reacción en cadena inimaginable. Todo lo que digo es que hay una abundancia de aspectos de los que podrían obtenerse múltiples significados, lo cual le da una carga analítica a la trama que deja al lector exhausto de tanto pensar.

¿Recomiendo El psicoanalista? Claro, no veo por qué no. Es una novela totalmente estimulante, perfecta para esos días en los que necesitamos una lectura que eclipse nuestro diario vivir y nos mantenga siempre al borde del abismo. Pero eso sí, no hay que dejarse llevar por la fama que sin duda la precede, porque esta trae consigo unas expectativas demasiado altas que quizá no se vean satisfechas al cien. Lo que quiero decir con esto es que si bien Katzenbach consiguió llevarme a un nivel de suspense agobiante, no superó por poco el esquema que yo había ideado en mi cabeza, a partir de las maravillas que había escuchado durante años sobre el libro. No obstante, sigo en pie con que es un libro prominente que debe leerse, más si se es admirador de esas historias que sorprenden al lector de forma inefable. Así pues, puedo decir que me complació mucho este clásico del suspense.

Por cierto, se acaba de publicar una sorprendente secuela de El psicoanalista (que estoy leyendo en estos momentos). Ahora no les puedo adelantar mucho, pero ya en mi próxima reseña estaré extendiéndome con ello y argumentando por qué deben leerla en cuanto antes. Porque las cosas inesperadamente sí se pueden poner mejores. ¡Así que apúrense con el primer libro para darle al segundo!

Pd: Como ya habrán supuesto, me he imaginado a Liam Neeson como el doctor Frederick Starks.


Reseña crítica: El talento de Mr. Ripley de Patricia Highsmith


La primera vez que escuché hablar a alguien sobre Patricia Highsmith sentí que a pesar de que no era expresamente fanática de la novela negra tenía la obligación moral de leerla, puesto que se referían a ella con tanta fascinación (y quizá un poco de devoción), que me resultaba sacrílego no dejarme engullir por ese perturbador plano que la autora había creado desde los años 50, a partir de uno de los personajes más inquietantemente peculiares de la literatura negra y policial. Y es que pienso yo que aunque un lector tenga un género literario predilecto, siempre es sano salir de la zona de confort y probar cosas nuevas, porque es imposible encontrar a los mejores escritores de la historia si nos quedamos con un solo género. Dicho de otro modo, para dar con la mejor literatura hay que leer de todo.

Así pues, como era natural, la novela ideal para iniciarse en la literatura de Highsmith era El talento de Mr. Ripley, libro ambientado en alguna parte de la década de los 50-60, con el que inicia la vertiginosa existencia de Thomas Ripley, el que sería según Anagrama la “figura prototípica de un género que Highsmith inventó”.  A este enigmático don nadie lo conocemos desde la primera página, al momento en que es consciente de que alguien se encuentra al acecho, mientras camina por las calles de Nueva York al salir de un bar a altas horas de la noche. Las razones por las que nuestro personaje empieza a dilucidar sobre la identidad de su posible persecutor ponen al lector en guardia, permitiendo deducir en apenas un par de párrafos que Tom definitivamente tiene motivos para temer un arresto. ¿Por qué? La buena noticia es que uno no tiene que esperar demasiado para descubrirlo.

¡Pero afortunadamente los temores de Tom no se cumplen! Y en realidad su perseguidor nocturno es el inocente Mr. Greenleaf, un empresario americano que consigue dar con el joven Ripley, convencido de que es el único hombre capaz de ayudarle a resolver el problema que tanto lo aqueja. Antes de continuar, he de decir que tanto los sucesos que llevaron al millonario a encontrar a Tom, como las razones que tiene para creer que el joven realmente puede ayudarle, me parecieron (en lo personal) un poco forzadas en la trama, algo así como que esto tiene que suceder así para que esto otro tenga lugar.  

Mr. Greenleaf le plantea a Tom la situación. Su hijo, Richard Greenleaf  (a quien Tom conoce vagamente como Dickie) se encuentra en Italia, propiamente en Mongibello, dándose la vida de bohemio en una casa playera, pintando sin siquiera tener talento (según su padre, hecho que más adelante Tom comprobará por sí mismo), desperdiciando su tiempo y sobre todo haciendo caso omiso a sus obligaciones que le corresponden en la empresa familiar. Hasta el momento el lector no comprende qué tiene que ver Tom en todo eso o cómo puede ser de ayuda. Entonces Mr. Greenleaf termina de poner las cartas sobre la mesa: resulta que sabe por “amigos que Tom y su hijo tienen en común”, que este y Dickie son grandes camaradas, hasta el punto de que probablemente Tom sea la única persona que pueda convencer a Dickie de terminar con su faceta de artista frustrado y regresar a los Estados Unidos.

He aquí el porqué de mis inquietudes iniciales. No puedo dejar de decir que en comienzo consideré un poco inconsistentes las razones que llevaron a Mr. Greenleaf a recurrir a Tom Ripley, porque prácticamente sucedió porque sí. Y es que los supuestos amigos que tenían en común Tom y Dickie eran en realidad solo unos conocidos con los que Tom se topó en una de sus salidas furtivas, a lo mucho llegó a visitar la casa de estos en una ocasión, la misma en que conoció a Dickie, con quien él mismo admite que tampoco forjó un vínculo fuerte, más bien inexistente. Entonces, como diría mi abuela, ¿de qué santo estos “amigos” van a decir que Tom es la persona ideal para ir en busca de Dickie? ¿Acaso fingieron ser verdaderos amigos del susodicho?, de ser así, ¿con qué motivos? ¿O tal vez Mr. Greenleaf estaba tan desesperado que le pareció entender las cosas así? De cualquier forma, puedo decir que fue una casualidad en su máxima expresión.

Algunos aseverarán que simplemente es un recurso insustancial que Highsmith empleó para iniciar con la verdadera trama de su libro y quizá pueda aceptar esa percepción, porque siempre está la cuestión de que cualquier cosa puede ser posible en la ficción, pero sigue sin ser suficiente para esta lectora, que procura atar hasta el último cabo suelto. Pero no me malinterpreten. Este aspecto para nada hizo que mi interés en el libro menguase. En todo caso, puedo decir que a medida que avanzaba en la historia las interrogantes se mantuvieron latentes, y en algún momento me dejaron de parecer importantes.

Continuando pues con la historia de Ripley, este acepta viajar a Mongibello para persuadir a Dickie de volver a América. Tom no es tonto (cosa con la que el lector estará más que de acuerdo conmigo una vez que lea el libro) y puesto que hay un par de asuntos con la justicia cuyas consecuencias estaría más que feliz de esquivar, se apresura a planificar la travesía que lo llevará a Europa, todo costeado por Mr. Greenleaf por supuesto. Pero aquí es donde comienza el largo análisis psicológico que el lector no deja de hacer sobre la preocupante y versátil personalidad que Tom manifiesta  durante todo el libro.

Tom Ripley es un joven de veinticinco años con muchos conflictos internos, de los cuales uno no es completamente consciente hasta que el mismo Tom los aborda. Sus padres murieron cuando él aún era un niño, hecho que lo dejó a merced de su tía Dottie, una mujer cuyo trato no se puede decir que fuera maternal, ni siquiera familiar. Sin embargo, Tom no da muestras en ningún momento de que tales actitudes lo afecten emocionalmente, al menos no de forma evidente. Con todo, el lector no puede evitar relacionar esos hechos un tanto trágicos con la tendencia de Tom a aparentar ser algo que no es. Tom es sabedor de su propia insignificancia, pero también de su talento para sobrellevar casi cualquier situación, lo que le ha permitido salir a flote hasta ahora. Pero nuestro protagonista está cansado de no ser nadie, de sus amistades aún más perdedoras que él y de los escasos sueldos que no le permiten darse la vida que merece. Es principalmente por eso que con gusto decide realizar este viaje que sabe que le cambiará la vida para siempre.

De forma que Tom Ripley se embarca durante casi una semana y atraviesa la mitad de Europa en trenes y autobuses para encontrar el pueblecito italiano donde pasa su vida Dickie Greenleaf. Pero una vez que llega a Mongibello las cosas no parecen tan esperanzadoras como antes. Como era de esperarse, Dickie ni siquiera lo reconoce (¡lo cual es muy lógico porque solo se habían visto una vez!, así que muchas gracias por eso). Intercambian saludos como dos personas que acaban de conocerse e incluso Dickie le presenta a Marge Sherwood, una muchacha que parece estar enamorada de Dickie, aunque Tom de inmediato sospecha que este no le corresponde. En primer plano Dickie se muestra cortés con Tom, pero sin ir mucho más allá de eso. Aun así, con el curso del tiempo Tom consigue establecer una amistad bastante dependiente con el que hasta hace poco había sido un mero conocido, haciendo uso de las múltiples artimañas y ardides que siempre le habían permitido hacerse notar.

Llegados a este punto, Dickie representa para Tom la piedra angular de lo que puede ser todo lo que siempre soñó, una oportunidad para comenzar una nueva vida desde los cimientos, lejos de la intrascendencia y simplicidad que lo caracterizaban en Nueva York. En Mongibello, siendo la mano derecha de Dickie, Tom puede darse todos los lujos que jamás imaginó que tendría por su cuenta. Con ello, se abre ante él un abanico de posibilidades que fácilmente lo lleva a divagar en más de una ocasión, pues son tantos y tan variados los caminos que se han dispuesto para él que no sabe cuál tomar primero. En América era un don nadie, amigo de otros don nadie. En Europa es Mr. Thomas Ripley, amigo íntimo del millonario Richard Greenleaf Jr.


Pero la sensación de seguridad no dura para siempre, contrario a lo que Tom había planificado y deseado. Dickie, como si se tratara del despertar de un encantamiento, empieza a dar muestras de fastidio ante la constante presencia de Tom en su vida y las confianzas que este se ha tomado con tanta naturalidad. Advertido por las sutiles quejas de Marge, (a quien por cierto, no le había pasado desapercibido el estremecedor fervor que sentía Tom por Dickie, como quizá a los mismos lectores), Richard Greenleaf regresa a su estado de indiferencia para con Tom, demostrando que a pesar del mucho cariño que pudo llegar a tenerle, él no necesita de nadie.

Estas nuevas actitudes asumidas por el joven millonario provocan que la estabilidad emocional de Tom se desmorone en un abrir y cerrar de ojos. La incertidumbre de que todo lo que ha obtenido se esfume con la misma facilidad que vino despierta en Tom Ripley su instinto de supervivencia más agudo. Sabe que tiene que hacer algo antes de que sea demasiado tarde, sabe que tiene que ser más inteligente que nunca si quiere salir bien parado y retener los bienes que le permiten sentirse vivo, como él mismo asegura. Y sin esperarlo, el plan perfecto se desliza en su mente en el preciso instante en que Dickie ve su destino en los ojos de Tom. Ahora solo tiene que llevarlo a cabo y esperar lo mejor.

Debo decir que es perturbadora pero a la vez deslumbrante la forma en que Tom percibe el mundo y a las personas que lo rodean. A veces tiende a contradecirse a sí mismo, pues puede mostrar un interés casi mórbido por el qué dirán, y al mismo tiempo evidencia una total falta de respeto por cualquier persona que no sea él, lo que quedará más que claro con sus acciones. Pero claro, a estas alturas el lector ha desentrañado el gran secreto de nuestro protagonista (que no representa ningún spoiler): Tom Ripley es un completo psicópata. ¡Y eso está bien! Porque resulta fascinante internarse en la cabeza de un hombre inquietantemente inteligente que no hace más que probar sus límites cada vez más.


Es imposible ir un paso adelante de Tom, porque de alguna forma él ya lo ha barajado todo en su fuero interno, y debo decir que aunque convenientemente las circunstancias también han jugado en su favor, nada le quita el mérito de haberle dado vuelta a un rompecabezas que señalaba en su dirección se mirase por donde se mirase. De una manera magistral Highsmith nos ha expuesto a un personaje tremendamente siniestro que trastoca al lector, pero que también le despierta una profunda admiración, como si se tratase de un moderno Ulises. ¡Se trata de un psicópata! Pero un psicópata digno de admiración, no porque el lector desee hacer lo que él ha hecho, sino porque hace ver todo tan claro, tan fácil.

El talento de Mr. Ripley es un crepitante suspense que nos mantiene  a la espera de la próxima decisión que tomará el protagonista. Estimula la imaginación del lector, porque es inevitable intentar descifrar la mente de Tom y sus posteriores movimientos, en lo que parece ser un tablero de ajedrez donde Ripley siempre está en jaque. Pero cuando menos se lo espera, él es quien tiene el sartén por el mango.

¿Recomiendo El talento de Mr. Ripley? Totalmente. Y no solo si te gusta la novela negra, policial, thriller o suspense. Pienso que este clásico contemporáneo de Highsmith, al igual que sus sucesores (que espero leer y reseñar pronto) son una literatura idónea para salir de la zona de confort literaria y dejarse deslumbrar por un verdadero thriller en su máxima expresión. Entiendo que para gustos colores, pero me resulta difícil pensar en que alguien no pueda quedar cuanto menos atraído por esta historia. Es lo más cercano a la perfección que he leído en este género y Ripley es sin duda uno de los mejores personajes jamás creados. 

Por cierto, El talento de Mr. Ripley ha sido adaptada a la pantalla grande en más de una ocasión. El trabajo cinematográfico más famoso ha sido el remake realizado en 1999, protagonizado por Matt Damon, Gwyneth Paltrow y Jude Law. ¡Con ese reparto hay que verla luego de leer el libro!



Reseña crítica: Jaque al psicoanalista de John Katzenbach

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