Reseña crítica: El talento de Mr. Ripley de Patricia Highsmith


La primera vez que escuché hablar a alguien sobre Patricia Highsmith sentí que a pesar de que no era expresamente fanática de la novela negra tenía la obligación moral de leerla, puesto que se referían a ella con tanta fascinación (y quizá un poco de devoción), que me resultaba sacrílego no dejarme engullir por ese perturbador plano que la autora había creado desde los años 50, a partir de uno de los personajes más inquietantemente peculiares de la literatura negra y policial. Y es que pienso yo que aunque un lector tenga un género literario predilecto, siempre es sano salir de la zona de confort y probar cosas nuevas, porque es imposible encontrar a los mejores escritores de la historia si nos quedamos con un solo género. Dicho de otro modo, para dar con la mejor literatura hay que leer de todo.

Así pues, como era natural, la novela ideal para iniciarse en la literatura de Highsmith era El talento de Mr. Ripley, libro ambientado en alguna parte de la década de los 50-60, con el que inicia la vertiginosa existencia de Thomas Ripley, el que sería según Anagrama la “figura prototípica de un género que Highsmith inventó”.  A este enigmático don nadie lo conocemos desde la primera página, al momento en que es consciente de que alguien se encuentra al acecho, mientras camina por las calles de Nueva York al salir de un bar a altas horas de la noche. Las razones por las que nuestro personaje empieza a dilucidar sobre la identidad de su posible persecutor ponen al lector en guardia, permitiendo deducir en apenas un par de párrafos que Tom definitivamente tiene motivos para temer un arresto. ¿Por qué? La buena noticia es que uno no tiene que esperar demasiado para descubrirlo.

¡Pero afortunadamente los temores de Tom no se cumplen! Y en realidad su perseguidor nocturno es el inocente Mr. Greenleaf, un empresario americano que consigue dar con el joven Ripley, convencido de que es el único hombre capaz de ayudarle a resolver el problema que tanto lo aqueja. Antes de continuar, he de decir que tanto los sucesos que llevaron al millonario a encontrar a Tom, como las razones que tiene para creer que el joven realmente puede ayudarle, me parecieron (en lo personal) un poco forzadas en la trama, algo así como que esto tiene que suceder así para que esto otro tenga lugar.  

Mr. Greenleaf le plantea a Tom la situación. Su hijo, Richard Greenleaf  (a quien Tom conoce vagamente como Dickie) se encuentra en Italia, propiamente en Mongibello, dándose la vida de bohemio en una casa playera, pintando sin siquiera tener talento (según su padre, hecho que más adelante Tom comprobará por sí mismo), desperdiciando su tiempo y sobre todo haciendo caso omiso a sus obligaciones que le corresponden en la empresa familiar. Hasta el momento el lector no comprende qué tiene que ver Tom en todo eso o cómo puede ser de ayuda. Entonces Mr. Greenleaf termina de poner las cartas sobre la mesa: resulta que sabe por “amigos que Tom y su hijo tienen en común”, que este y Dickie son grandes camaradas, hasta el punto de que probablemente Tom sea la única persona que pueda convencer a Dickie de terminar con su faceta de artista frustrado y regresar a los Estados Unidos.

He aquí el porqué de mis inquietudes iniciales. No puedo dejar de decir que en comienzo consideré un poco inconsistentes las razones que llevaron a Mr. Greenleaf a recurrir a Tom Ripley, porque prácticamente sucedió porque sí. Y es que los supuestos amigos que tenían en común Tom y Dickie eran en realidad solo unos conocidos con los que Tom se topó en una de sus salidas furtivas, a lo mucho llegó a visitar la casa de estos en una ocasión, la misma en que conoció a Dickie, con quien él mismo admite que tampoco forjó un vínculo fuerte, más bien inexistente. Entonces, como diría mi abuela, ¿de qué santo estos “amigos” van a decir que Tom es la persona ideal para ir en busca de Dickie? ¿Acaso fingieron ser verdaderos amigos del susodicho?, de ser así, ¿con qué motivos? ¿O tal vez Mr. Greenleaf estaba tan desesperado que le pareció entender las cosas así? De cualquier forma, puedo decir que fue una casualidad en su máxima expresión.

Algunos aseverarán que simplemente es un recurso insustancial que Highsmith empleó para iniciar con la verdadera trama de su libro y quizá pueda aceptar esa percepción, porque siempre está la cuestión de que cualquier cosa puede ser posible en la ficción, pero sigue sin ser suficiente para esta lectora, que procura atar hasta el último cabo suelto. Pero no me malinterpreten. Este aspecto para nada hizo que mi interés en el libro menguase. En todo caso, puedo decir que a medida que avanzaba en la historia las interrogantes se mantuvieron latentes, y en algún momento me dejaron de parecer importantes.

Continuando pues con la historia de Ripley, este acepta viajar a Mongibello para persuadir a Dickie de volver a América. Tom no es tonto (cosa con la que el lector estará más que de acuerdo conmigo una vez que lea el libro) y puesto que hay un par de asuntos con la justicia cuyas consecuencias estaría más que feliz de esquivar, se apresura a planificar la travesía que lo llevará a Europa, todo costeado por Mr. Greenleaf por supuesto. Pero aquí es donde comienza el largo análisis psicológico que el lector no deja de hacer sobre la preocupante y versátil personalidad que Tom manifiesta  durante todo el libro.

Tom Ripley es un joven de veinticinco años con muchos conflictos internos, de los cuales uno no es completamente consciente hasta que el mismo Tom los aborda. Sus padres murieron cuando él aún era un niño, hecho que lo dejó a merced de su tía Dottie, una mujer cuyo trato no se puede decir que fuera maternal, ni siquiera familiar. Sin embargo, Tom no da muestras en ningún momento de que tales actitudes lo afecten emocionalmente, al menos no de forma evidente. Con todo, el lector no puede evitar relacionar esos hechos un tanto trágicos con la tendencia de Tom a aparentar ser algo que no es. Tom es sabedor de su propia insignificancia, pero también de su talento para sobrellevar casi cualquier situación, lo que le ha permitido salir a flote hasta ahora. Pero nuestro protagonista está cansado de no ser nadie, de sus amistades aún más perdedoras que él y de los escasos sueldos que no le permiten darse la vida que merece. Es principalmente por eso que con gusto decide realizar este viaje que sabe que le cambiará la vida para siempre.

De forma que Tom Ripley se embarca durante casi una semana y atraviesa la mitad de Europa en trenes y autobuses para encontrar el pueblecito italiano donde pasa su vida Dickie Greenleaf. Pero una vez que llega a Mongibello las cosas no parecen tan esperanzadoras como antes. Como era de esperarse, Dickie ni siquiera lo reconoce (¡lo cual es muy lógico porque solo se habían visto una vez!, así que muchas gracias por eso). Intercambian saludos como dos personas que acaban de conocerse e incluso Dickie le presenta a Marge Sherwood, una muchacha que parece estar enamorada de Dickie, aunque Tom de inmediato sospecha que este no le corresponde. En primer plano Dickie se muestra cortés con Tom, pero sin ir mucho más allá de eso. Aun así, con el curso del tiempo Tom consigue establecer una amistad bastante dependiente con el que hasta hace poco había sido un mero conocido, haciendo uso de las múltiples artimañas y ardides que siempre le habían permitido hacerse notar.

Llegados a este punto, Dickie representa para Tom la piedra angular de lo que puede ser todo lo que siempre soñó, una oportunidad para comenzar una nueva vida desde los cimientos, lejos de la intrascendencia y simplicidad que lo caracterizaban en Nueva York. En Mongibello, siendo la mano derecha de Dickie, Tom puede darse todos los lujos que jamás imaginó que tendría por su cuenta. Con ello, se abre ante él un abanico de posibilidades que fácilmente lo lleva a divagar en más de una ocasión, pues son tantos y tan variados los caminos que se han dispuesto para él que no sabe cuál tomar primero. En América era un don nadie, amigo de otros don nadie. En Europa es Mr. Thomas Ripley, amigo íntimo del millonario Richard Greenleaf Jr.


Pero la sensación de seguridad no dura para siempre, contrario a lo que Tom había planificado y deseado. Dickie, como si se tratara del despertar de un encantamiento, empieza a dar muestras de fastidio ante la constante presencia de Tom en su vida y las confianzas que este se ha tomado con tanta naturalidad. Advertido por las sutiles quejas de Marge, (a quien por cierto, no le había pasado desapercibido el estremecedor fervor que sentía Tom por Dickie, como quizá a los mismos lectores), Richard Greenleaf regresa a su estado de indiferencia para con Tom, demostrando que a pesar del mucho cariño que pudo llegar a tenerle, él no necesita de nadie.

Estas nuevas actitudes asumidas por el joven millonario provocan que la estabilidad emocional de Tom se desmorone en un abrir y cerrar de ojos. La incertidumbre de que todo lo que ha obtenido se esfume con la misma facilidad que vino despierta en Tom Ripley su instinto de supervivencia más agudo. Sabe que tiene que hacer algo antes de que sea demasiado tarde, sabe que tiene que ser más inteligente que nunca si quiere salir bien parado y retener los bienes que le permiten sentirse vivo, como él mismo asegura. Y sin esperarlo, el plan perfecto se desliza en su mente en el preciso instante en que Dickie ve su destino en los ojos de Tom. Ahora solo tiene que llevarlo a cabo y esperar lo mejor.

Debo decir que es perturbadora pero a la vez deslumbrante la forma en que Tom percibe el mundo y a las personas que lo rodean. A veces tiende a contradecirse a sí mismo, pues puede mostrar un interés casi mórbido por el qué dirán, y al mismo tiempo evidencia una total falta de respeto por cualquier persona que no sea él, lo que quedará más que claro con sus acciones. Pero claro, a estas alturas el lector ha desentrañado el gran secreto de nuestro protagonista (que no representa ningún spoiler): Tom Ripley es un completo psicópata. ¡Y eso está bien! Porque resulta fascinante internarse en la cabeza de un hombre inquietantemente inteligente que no hace más que probar sus límites cada vez más.


Es imposible ir un paso adelante de Tom, porque de alguna forma él ya lo ha barajado todo en su fuero interno, y debo decir que aunque convenientemente las circunstancias también han jugado en su favor, nada le quita el mérito de haberle dado vuelta a un rompecabezas que señalaba en su dirección se mirase por donde se mirase. De una manera magistral Highsmith nos ha expuesto a un personaje tremendamente siniestro que trastoca al lector, pero que también le despierta una profunda admiración, como si se tratase de un moderno Ulises. ¡Se trata de un psicópata! Pero un psicópata digno de admiración, no porque el lector desee hacer lo que él ha hecho, sino porque hace ver todo tan claro, tan fácil.

El talento de Mr. Ripley es un crepitante suspense que nos mantiene  a la espera de la próxima decisión que tomará el protagonista. Estimula la imaginación del lector, porque es inevitable intentar descifrar la mente de Tom y sus posteriores movimientos, en lo que parece ser un tablero de ajedrez donde Ripley siempre está en jaque. Pero cuando menos se lo espera, él es quien tiene el sartén por el mango.

¿Recomiendo El talento de Mr. Ripley? Totalmente. Y no solo si te gusta la novela negra, policial, thriller o suspense. Pienso que este clásico contemporáneo de Highsmith, al igual que sus sucesores (que espero leer y reseñar pronto) son una literatura idónea para salir de la zona de confort literaria y dejarse deslumbrar por un verdadero thriller en su máxima expresión. Entiendo que para gustos colores, pero me resulta difícil pensar en que alguien no pueda quedar cuanto menos atraído por esta historia. Es lo más cercano a la perfección que he leído en este género y Ripley es sin duda uno de los mejores personajes jamás creados. 

Por cierto, El talento de Mr. Ripley ha sido adaptada a la pantalla grande en más de una ocasión. El trabajo cinematográfico más famoso ha sido el remake realizado en 1999, protagonizado por Matt Damon, Gwyneth Paltrow y Jude Law. ¡Con ese reparto hay que verla luego de leer el libro!



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