Me leí El psicoanalista hace casi ya un año, aunque para ser honesta desde hace años había querido empezarlo, solo que siempre había algo más que leer (ya saben, el típico dilema de los lectores), y así el tiempo se me pasó volando entre otros libros, hasta que un buen día me dije: ¡No, señorita! ¡Hasta aquí! ¡Tenés que leerlo de una vez por todas! Y es que cuando hablamos de thrillers sorprendentes, John Katzenbach generalmente encabeza las listas de recomendaciones, dejando tras de sí un rastro de excelentes críticas y elogios que atrapan a casi cualquier lector.

Nuestro célebre protagonista se trata de Frederick Starks, un doctor especialista en Psicoanálisis ya entrado en años que reside en Manhattan, viudo desde hace unos años, económicamente desahogado, atento con sus pacientes, bastante solitario, taciturno, pero aparentemente satisfecho con su vida. La trama inicia el día en que el doctor Starks arriba a su quincuagésimo tercer cumpleaños, cuando entra en la sala de espera de su consultorio y se encuentra con una carta anónima que inicia con la siguiente leyenda: Feliz cumpleaños 53, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte. En la misma misiva, el desconocido (que se hace llamar irónicamente Rumpelstinski) le plantea una situación muy desesperanzadora; el doctor Starks, en algún momento de su pasado, le destruyó la vida de forma indescriptible a este "retoño", de modo que ahora el señor R está dispuesto a destruir la suya también, en el sentido más amplio de la palabra. Así pues, Rickie tiene 15 días para descubrir quién es el autor de la carta, de lo contrario tendrá que escoger entre suicidarse o ver morir de uno en uno a sus familiares lejanos.

Para darle más peso a la amenaza, Rumpelstinski adjunta una hoja con los nombres de 52 parientes del doctor, "desde un bebé de seis meses, hijo de su sobrino, hasta su primo, el inversor de Wall Street y extraordinario capitalista", según las mismas palabras del señor R. Este deja totalmente claro que se ha tomado la tarea de acechar a Rickie de una forma maestra, por lo que el mismo Rumpelstinski llega a admitir que asesinar directamente al doctor resultaría demasiado burdo e insatisfactorio, pues conoce el itinerario del psicoanalista por completo y no le representaría ningún desafío excitante. Por lo contrario, llevándolo a una crisis psicológica mediante la búsqueda infructífera de su identidad y consecuentemente a un suicidio, parte de la "deuda" quedaría saldada, y sería muchísimo más entretenido para el presunto depredador, (y para el lector, por supuesto).
Antes de proseguir, me gustaría destacar algo que personalmente me pareció un gran acierto en el momento en que el autor comienza a introducir a todos sus personajes. Para los que leyeron el cuento de los hermanos Grimm titulado Rumpelstinski, habrán notado de inmediato la alegoría a la que Katzenbach recurre nombrando así a su antagonista. Y es que al igual que el señor R, el Rumpelstinski del cuento clásico (un duende grotesco con poderes mágicos) viene siendo un villano que se aprovecha de su anonimato para sacar provecho de su presa y castigarla de la peor manera.
En una aldea lejana, para salvar de un destino terrible a una joven molinera, el enano maquiavélico decide ayudarla convirtiendo en oro la paja apiñonada en una habitación entera, no una sino tres veces, todo debido a una mentira que el padre de la joven había contado al rey para impresionarlo, sobre que la molinera hilaba tan majestuosamente que convertía la paja en oro. Gracias a dicha mentira, ahora la molinera tenía que demostrar su talento al rey, de no ser así, moriría. La joven pagó los favores de Rumpelstinski con una cadena y un anillo, pero su tercera deuda, al no quedarle nada más, tuvo que asumirla con su primogénito. Pero llegado el momento de entregarle su hijo al duende, la muchacha se arrepintió y rogó a Rumpelstinski para que aceptara otro tipo de pago. Finalmente el duende le dijo que accedería a su petición si la molinera adivinaba su nombre en un plazo de 3 días. ¡La referencia está tan bien orquestada que es imposible no admirarla!
Pero Katzenbach no abandona las alegorías después de Rumpelstinski. Luego de que el doctor Starks consigue asimilar el contenido de la carta y empieza a hilvanar lo que hará con ello, aparece un tercer personaje fundamental para la historia, una hermosa muchacha a la que únicamente conocemos con el nombre de Virgil, y que se presenta en el consultorio de Rickie para ser su guía a través del infierno, de la misma manera que lo hizo el poeta latino en el épico viaje a los tres reinos de ultratumba escrito por Dante. Referencias aparte, Virgil es a todas luces una cómplice de Rumpelstinski, que aunque ha llegado a la vida de Rickie para "ayudarlo" a descifrar las pistas que diariamente recibe, en realidad también desea verlo sufrir, pues el lector rápidamente da por hecho que su verdadero trabajo es aumentar la tortuosa carga del psicoanalista y mantenerlo en un estado de tensión que ya de por sí se ha asentado en su vida desde que encontró la carta del señor R. El último en unirse a este juego macabro es el detestable abogado Merlín, "el mago de la abogacía", quien está dispuesto a sumar de manera magistral su granito de arena para hundir a Rickie.
Una vez que todos los enemigos del doctor Starks se han manifestado para establecer las reglas de la partida mortal (con nombres falsos, por supuesto), es hora de que el psicoanalista haga uso de toda su astucia y agilidad mental para hurgar en su pasado y descubrir quién es este niño perdido al que -sin haber sido consciente de ello- le arruinó la vida, hasta el punto de que ahora este haya esquematizado una venganza maestra para encontrar finalmente la paz. La tarea le resulta desafiante, pues hasta donde él sabía, y dejando las presunciones atrás, en toda su carrera el doctor Frederick Starks no había cometido un error tan garrafal que le granjeara una situación como en la que se encontraba ahora. Pero todo indica que desde luego se había equivocado.
A medida que la historia avanza, el lector se deja llevar por la misma vorágine de angustia que engulle a Rickie, ya que el tiempo no deja de correr y cada vez hay menos oportunidades para salvarse a sí mismo. Los crípticos mensajes en forma de poemas que Rumpelstinski le facilita, si bien brindan un poco de luz, son a la vez un verdadero quebradero de cabeza, que solo señalan un paisaje muy desolador; el hecho de que aunque Rickie llegara a dar con la persona tras el señor R y la correspondiente historia trágica que los llevó a todo esto, el nombre como tal parece haber desaparecido en su totalidad. Es como si el señor R no existiera, su rastro ha sido borrado por una lluvia de mentiras que él ha preparado cuidadosamente. Con ello en mente, la búsqueda es cada vez menos concluyente.
Cuando el doctor Starks cae en la cuenta de ello, empieza a preguntarse a sí mismo si realmente valdrá la pena pasar los que podrían ser los últimos días de su vida desentrañando una historia que parece yacer en unos recovecos inexplorables. ¿Y si este tenebroso juego que Rumpelstinski ha planificado con sumo detalle por lo que parecen años no terminará bien para él de ninguna manera? ¿Y si es parte de ese juego que Rickie tenga esperanzas solo para verlas desaparecer frente a sus ojos al final de todo? Tendría sentido, después de todo el señor R ha dejado más que claro que es un completo psociópata, un depredador divirtiéndose con su presa antes de acabar con ella. Quizá Rickie no ha hecho más que subestimar a su oponente al creer que podía ser más listo que él. Quizá todo ha sido parte del juego. ¿Será este su fin entonces? ¿Se suicidará para evitar la muerte de un inocente? ¿O será que aún le queda un as bajo la manga que no ha descubierto? ¿Una posibilidad de perder sin perder por completo? El lector rápidamente devela que sin importar las respuestas a esas preguntas, la vida que el doctor Frederick Starks conoció hasta ahora quedará destruida al final, tal como Rumpelstinski auguró.
Llegados a este punto (donde no puedo avanzar más, porque de hacerlo les saldría con un tremendo spoiler), solo me queda decir que El psicoanalista se me figura como un thriller psicológico bastante sugerente y poco común, de esos que te presentan la respuesta justo frente a tus ojos pero resulta imposible verla en el primer momento, donde el lector siente la necesidad de desplegar su agilidad mental y tratar de llegar a una conclusión antes que el mismo protagonista. Los personajes se prestan a este corre y atrapa, dado los numerosos indicios que van soltando en toda la historia, lo que da pie a muchas teorías disparatadas pero acertadas al fin y al cabo. Debo decir que esta lectura me pareció prudentemente excitante, aunque en algunos momentos la trama tiende a volverse un poco lenta, pero sin duda es parte del mismo suspenso, y por lo general me ha quedado claro el porqué la consideran una de las mejores en este género.
Es curiosa la forma en que Katzenbach plantea a un personaje tan lleno de ira enfrentándose a otro que puede llegar a definirse como pasivo, dos seres humanos absolutamente diferentes pero que poseen la misma capacidad de meterse en la mente de su enemigo. Asimismo, las razones fatídicas por las que el destino de uno está ligado al del otro, y la sed de venganza que estas despiertan hacen que el lector se cuestione y considere muchas variables, la más obvia sería: ¿quién tiene la culpa al final de todo? Yo me pregunto, ¿importa eso siquiera a estas alturas? Quizá no, pero no me es indiferente la idea, porque lo cierto es que alguien cometió una acción que propició una reacción en cadena inimaginable. Todo lo que digo es que hay una abundancia de aspectos de los que podrían obtenerse múltiples significados, lo cual le da una carga analítica a la trama que deja al lector exhausto de tanto pensar.
¿Recomiendo El psicoanalista? Claro, no veo por qué no. Es una novela totalmente estimulante, perfecta para esos días en los que necesitamos una lectura que eclipse nuestro diario vivir y nos mantenga siempre al borde del abismo. Pero eso sí, no hay que dejarse llevar por la fama que sin duda la precede, porque esta trae consigo unas expectativas demasiado altas que quizá no se vean satisfechas al cien. Lo que quiero decir con esto es que si bien Katzenbach consiguió llevarme a un nivel de suspense agobiante, no superó por poco el esquema que yo había ideado en mi cabeza, a partir de las maravillas que había escuchado durante años sobre el libro. No obstante, sigo en pie con que es un libro prominente que debe leerse, más si se es admirador de esas historias que sorprenden al lector de forma inefable. Así pues, puedo decir que me complació mucho este clásico del suspense.
Por cierto, se acaba de publicar una sorprendente secuela de El psicoanalista (que estoy leyendo en estos momentos). Ahora no les puedo adelantar mucho, pero ya en mi próxima reseña estaré extendiéndome con ello y argumentando por qué deben leerla en cuanto antes. Porque las cosas inesperadamente sí se pueden poner mejores. ¡Así que apúrense con el primer libro para darle al segundo!
Pd: Como ya habrán supuesto, me he imaginado a Liam Neeson como el doctor Frederick Starks.
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